Una vez que las Islas Canarias se van a incorporar a la economía mundial, finalizado el proceso de su conquista por la Corona Castellana, el cultivo de la vid y la producción del vino se van a revelar, como una de sus principales fuentes de ingresos.
En fechas muy tempranas comienzan las plantaciones de viñedos de manos de los conquistadores, que para su propio consumo, primero y posterior exportación después, traen a la Isla las primeras cepas procedentes de Creta, del Mediterráneo oriental (Torres, E., 1999). Ya en 1515 la Isla de Canaria, como se conocía a Gran Canaria en los documentos modernos, se abastecía de su propia producción.
Así pues, a partir del primer tercio del siglo XVI se puede establecer una geografía del cultivo del vino, que se iniciará en el entorno de la capital de la Isla, la ciudad de Las Palmas, en la zona de barranco Seco, desde dónde las cepas comenzarán su ascensión hacia cotas más elevadas. Alcanzarán la comarca de La Vega, que incluía los términos actuales de Santa Brígida y San Mateo, así como las tierras altas de la ciudad, en dirección hacia el centro de la Isla, la zona de Tafira y el Monte Lentiscal, configurando parte esencial del paisaje y compitiendo con el cultivo de exportación, por excelencia, la caña de azúcar.
Las nuevas formas de propiedad que introduce el sistema colonial, el Monte Lentiscal quedó incluido dentro de las denominadas de “realengo”. Era una modalidad de utilidad pública que permitía un aprovechamiento comunal de las mismas por parte de los vecinos regulado por las Ordenanzas del Cabildo. En esta situación se mantuvieron una parte de los territorios de la Isla los tres siglos posteriores a la Conquista. Diversas circunstancias en el transcurrir de los siglos, tales como los repartimientos de tierras, la regresión de los bosques, consecuencia de la tala indiscriminada, afectaron a la zona de cultivo de vides, y esta producción estuvo en trance de desaparecer, recuperándose en el siglo XIX. Ya, a finales del primer tercio del siglo XVI se impusieron duras normas y medidas para su conservación:
“Otros y porque parece y está claro que la dicha montaña del Lentiscal esta muy cortada e muy talada y en toda ella no hay leña gruesa a causa que los señores de ingenios an cortado en la dicha montaña para sus ingenios hasta agora e si esto ansy pasasen toda esta ciudade vecinos e moradores Della recibirían mucho daño e perjuicio que no habría donde traerse leña pa lo que fuese menester para esta dicha ciudad por ende se ordena e se manda que de aquí adelante por tiempo de veynte años no se pueda cortar leña para engenio alguno en la dycha montaña.” Morales Padrón,1974en Hansen,A. y Febles,J.,1998)
Esta zona goza de un micro-clima excepcional, donde confluyen los húmedos y frescos vientos alisios, la altitud y su orografía junto a la fertilidad del suelo volcánico, crean en sus vinos unas propiedades únicas de aromas y sabores.
La primera referencia histórica sobre el cultivo de la vid y la elaboración de vinos en esta comarca se obtiene a partir del testamento de Daniel Von Damme, un rico comerciante flamenco y hacendado de la época, a finales del siglo XVI.
“He plantado viña en la Caldera, lo que cuesta al día 2000 ducados. La malvasía se da bien y mejor que compre otro vidueño y hace mejor oficio, y así la procurará y acabaran de poblar unos majuelos que están puestos (…) porque la malvasía promete mucho por la gran fertilidad que muestran los racimos, y el tiempo la ofenda poco, y así podré poner más malvasía y dejar perder algún que otro vidueño. Será menester hacer una bodega abajo (en el Fondo) para cerrar el esquilmo. (Torres, E., 1991 en Hansen,A.y Febles,J.,1998).
En 1837, Sabino Berthelot y Webb, de los cuales hicimos mención en la etapa Romántica o formativa de la imagen de la Isla de Gran Canaria, visitaron la Caldera y nos dejaron esta descripción de cuál era el uso del territorio en ese momento:
“¡Que hermoso espectáculo! Pasamos todo un día en el fondo de aquella oquedad, como si uno se encontrara en el interior de un inmenso y antiguo circo que un incendio hubiese calcinado de abajo a arriba, y cuyas gradas, cubiertas por enormes masas de escorias, hubiesen quedado marcadas por esas ringleras de viñas como plantadas en asientos calcinados. Cuando visitamos la Caldera, este hermoso viñedo producía un vino tenido en mucha estima (…) ¡Excelente vino, per bacco! Todavía lo recuerdo: Webb no lo había catado, pero ambos bebimos fuerte: Era un vino delicioso, añejo néctar de los catadores, de color rojo y delicada fragancia, suave perfume de la parra. Un vino para ofrendarlo a los dioses”. (En Hansen, A. y Febles,J.,1998:20).
Dos siglos más tarde, el panorama no había cambiado, pues así nos lo relatan los historiadores de la época como Viera y Clavijo que nos señala:
“A la verdad es una Vega deliciosa por las viñas y haciendas de varios vecinos de la ciudad que pasan allí los otoños. Tiene muchos árboles que llevan singulares frutos. Las aguas son muy buenas. Compónese la jurisdicción de 3431 habitantes de los cuales viven mucho en los pagos de El Monte, La Atalaya, Las Cuevas, Las Goteras, Satautejo, La Angostura, Los Silos, etc. (Torres,E.,1999).
La Caldera y el Pico de Bandama se encontraban en el corazón de El Monte, en el sector más quebrado y húmedo, lo que podríamos considerar como el núcleo frondoso. Fue Daniel Bandama quien comenzó la roturación de las tierras, iniciando así la transformación del paisaje de este territorio y la aparición de los primeros sarmientos creciendo sobre cenizas volcánicas de las faldas más empinadas de la Caldera. Efectuó, además, la construcción de una bodega con sus lagares, y las Casas de la Hacienda, en el interior de la propia Caldera.
Hacia mitad del siglo XIX el cultivo y la producción de vinos en el Monte Lentiscal se había consolidado, las actividades de la Real Sociedad Económica giraban en torno a las variedades de uvas más aconsejables, las artes agrícolas a tener en cuenta, las mejores épocas para la poda y a introducir productos químicos como el azufre para evitar infecciones, entre otros. En 1880 el profesor Verneau recorre la Isla, constatando la presencia vitivinícola en el paisaje de Tafira-Monte:
“…numerosas casas de recreo que desaparecen entre árboles y plantas de ornamento de todos los rincones del mundo. Todas las propiedades están rodeadas de muros o, lo más frecuente, con setos de piteras o de tuneras. (…) en la zona de la que hablo, la vid prospera de una forma admirable y por todas partes los viñedos se extienden hasta perderse de vista. Se recoge en abundancia vino tinto y blanco seco, malvasía y diversas clases de moscatel. Todos son de una calidad excelente”. (En Hansen, A. y Febles,J.,1998:21).
Este auge de finales de siglo XIX surgió por el reciente desarrollo portuario de la Isla que quedó conectada a todos los continentes. La llegada de trasatlánticos y de extranjeros transeúntes o residentes, ocasionó la primera corriente turística de la Isla y lo que hoy podemos llamar el primer turismo rural.
Textos: María del Pino Rodríguez Socorro